24 de abril de 2008

ID

Hace algún tiempo, colaboré con un amigo estudiante de arquitectura a gestionar su proyecto de titulo. A grandes trazos trataba de la restauración de la identidad. Al explicarme, me dió a entender que a medida que se modificaban las ciudades la tendencia de la mayoría gente común y corriente era no manifestarse por los cambios ocurridos en su barrio tal como lo conocieron.
“Desarraigo”-me dijo- “El desarraigo produce una pérdida de identidad, Ahora las preocupaciones son más inmediatas, como el progreso no planificado”. Sobre esto, Vicente Manzano afirma que cuando se desnivela nuestra identidad hay varios aspectos. Uno de ellos es el desarraigo: “El ansia por la movilidad desenfoca la sensación de la patria chica y obliga a los individuos a un continuo desapego a los lugares”. Cuando cambiamos nuestro entorno, cambia de alguna manera la proyección de lo que somos (tal vez sea mejor decir lo que fuimos) como la ligera sensación de quemadura en la garganta por la pérdida de esa cancha de tierra que dio paso a un supermercado. “las ciudades sufren una modificación drástica: parte del núcleo tradicional emigra y la forma se modifica al añadir urbanizaciones descontextualizadas de la historia, del alma o del concepto mismo del sitio. Los nuevos habitantes, desapegados del lugar, fomentan un estilo de vida desconectado que, a lo sumo, trasciende al individuo sólo a nivel de pequeño grupo cerrado de pocos vecinos.” Esa desidia la vivimos cuando aquellos lugares entrañables dejan de ser individuales e íntimos, para dar paso a lo colectivo, pero colectividad de una manera impersonal, funcional, el “No lugar”.
Estos nuevos paisajes, Emilio Marin los ve como un arribo de nuevos lenguajes, de nuevos símbolos, nuevos iconos. En su proyecto Paseo Altamirano: Mobiliario Urbano en vez de concebir más formas que refieran a Valparaíso como ciudad Patrimonial, ocupa formas hexagonales en pro de la recuperación del borde costero. Pero esto es el ejemplo de lo nuevo para levantar lo viejo; la mayoría de los nuevos proyectos descuidan los cimientos del Urbanismo y emplazamiento de la ciudad. Esta devastación, además de socavar toda una cuestión de planes reguladores que se supone están orientados a velar por el uso inteligente del suelo, genera un desconocimiento de nuestra parte como ciudadanos ante esos edificios sin historia, sacados de contexto.
¿Es eso ser reacio al progreso? Nones. Lo que quiero decir es que los edificios nuevos me parecen todos iguales. En un mar de desconocimiento, la primera impresión es lo que cuenta. Y como los encuentros son superficiales e instantáneos por eso se juzga desde la apariencia. ¿Hasta qué punto en estas nuevas formas (sociales o urbanísticas) entra en juego la identidad? No sólo Santiago, puede ser Concepción, Valparaíso, Puerto Montt…la lista sigue.
Entra al debate otro concepto relevante, El espacio Público. El estudio de arquitectura de Arizona Blank Studio forma un proyecto que parte de la renovación de un edificio existente, al que se le ha añadido una terraza exterior. El proyecto fue desarrollado bajo el concepto de "casa pública". Un espacio para la comunidad, un sitio donde reunirse, socializar y exhibir trabajos de artistas de la zona. En esta aplicación son medidas dirigidas hacia la comunidad a pesar de tener carácter privado. Pero estamos en Chile y la idea del espacio público la entendemos de forma diferente: Hay un umbral incierto, una delgada línea entre el uso de la comunidad y la adhesión pagada que por ende, excluye. Significa que lo planteado ya supera los límites de la visualidad y el contenido arquitectónico, ahora toma tinte social: ¿los habitantes hasta que punto construyen su ciudad?
Corolario: Lo nuevo no es siempre lo mejor.

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